(: El Viaje Del Buda :)





Una noche estaba trabajando, y mi empleo, que por demás era tenso y dispendioso, terminaba cerca a la media noche. Cuando salí de allí recuerdo que decidí ir a casa lo antes posible. Por lo general yo terminaba mi horario laboral y luego deambulaba por las calles de la ciudad, buscando alguna historia, o simplemente pasando un poco de tiempo conmigo. Sin embargo aquel día enrumbé a lo que por esos días yo consideraba mi hogar.

Menuda sorpresa fue ver que en la calle que yo usaba todos los santos días para volver a casa, el alumbrado público, decidido a darle una atmósfera a esta experiencia, había decidido jugar el papel de ausente, dejando así toda la calzada entre una espesa tiniebla que de inicio fue excitante, pero luego se tornó aburrida y algo siniestra.

Cuando llegué a la puerta trasera del condominio donde yo moraba, me encontré con que además de las luces, la chapa de la puerta había decidido unirse a este cuento. Como la cerradura de la puerta trasera del edificio era de seguridad, esta nunca había fallado en todas las veces que yo la había usado previamente. Además, no era que no quisiera girar, simplemente parecía tener algo que obstaculizaba el paso de mi llave. Esto me pareció más extraño y desmotivador por el simple hecho de que el frontispicio quedaba al otro lado de la cuadra, y además, dos niveles arriba de mi ubicación momentánea.

Decidí caminar con más sorna que decisión y noté que las calles aledañas al conjunto habitacional estaban oscurecidas, por la falta de luz y por la suerte de extrañas coincidencias que empezaron a impacientarme en mi zozobra. "Esto parece la Dimensión Desconocida" me dije. Luego ví como del piso un halo blanco emanaba de un objeto inmenso. A primera vista parecía un espectro, y después de un análisis más detallado ví lo que parecía una gran roca blanca. "Es una roca, ¡una roca!", me acerqué y la palpé sonriente, luego de que hacía unos segundos estaba asustado por la súbita aparición. Con mi mano izquierda sentí eso: una roca áspera y pesada, con mi mano derecha una superficie redonda y bonachona.

¡Es un Buda!

Efectivamente era el más grande y gordo y feliz de los Budas. Lo cargué tan feliz que me pareció que no pesaba nada, ya en casa lo dejé en el jardín y ofrecí comidas, hice algunas libaciones de agua en honor a su presencia y a que luego de mucho tiempo era mi primer invitado, ¡y vaya qué invitado!. Mientras lo miraba fascinado noté que alguien había decidido tirarlo, por ello de las marcas que tenía en una de sus regordetas manitas. Lo sobé, le agradecí la sorpresa y le dí la bienvenida a mi casa y a mi vida.

Luego de esta vivienda moré en cinco casas distintas y en todas llevé a mi gran amigo, El Buda Feliz. Lo transporté en bus, en tren, ferry, carros de amigos, y él siempre iba con la misma sonrisa. Tanto así que un día de mudanza el conductor del bus, al verme con un par de maletas al hombro y un pesado buda de piedra (porque en los días de mudanza hacía multiplicar su peso al doble), me dijo que nosotros no necesitábamos pagar tiquete ("you guys don't need to pay the ticket").

Luego de vivir en cinco casas distintas, el Buda Feliz llegó al jardín de la casa de mi compañera. Allí lo dejé debajo de un árbol de mango, porque Buda gustaba de estar a la sombra de los árboles de mango mientras meditaba. En los días de verano intenso yo le echaba agua encima, y él parecía respirar por el pequeño chasquido que emitía la textura de su material: la roca. Cuando yo jugaba fútbol en el patio, muchas veces él participaba, porque el balón lo buscaba, casi siempre dándole en la cabeza, y él reía de gusto, como siempre lo hacía sin importar el lugar ni la situación.

Dejé el país y la casa, y a mi amigo bajo el árbol de la vida. Todavía me hace mucha falta el verle, y cuando pienso en él mis ojos llorosean. Tanta es la necesidad de su tranquila presencia en mi vida, que él decidió alcanzarme en otro país y en otro momento de mi vida en que tanto lo necesitaba. Sólo que esta vez era mucho más pequeño y estaba pulido en Jade.

Ahora él está en mi cuarto, y siempre va a ser mi amigo, porque cuando tengo algún problema, o me siento mal y lo veo a él, él está riendo, ya sea riéndose de mí y lo desagradecido que soy, o ya sea riéndose conmigo y recordándome que no hay nada más revitalizante que una sonrisa, y que al final "no hay nada más serio que el humor".

Buenas risas para todos.

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